
Tiene fe en Dios, en su bondad, en su justicia y en su sabiduría; sabe que nada sucede sin su permiso, y se somete en todas las cosas a su voluntad.
Tiene fe en el porvenir; por esto coloca los bienes espirituales sobre los
temporales.
Sabe que todas las vicisitudes de la vida, todos los dolores, todos los
desengaños, son pruebas o expiaciones y las acepta sin murmurar.
El hombre poseído del sentimiento de caridad y de amor al prójimo hace bien
por hacer bien, sin esperanza de recompensa; devuelve bien por mal, toma la defensa del débil contra el fuerte, y sacrifica siempre su interés a la justicia.


ni de creencias, porque mira a todos los hombres como hermanos.
Respeta en los demás todas las convicciones sinceras, y no anatematiza a los que no piensan como él.
En todas las circunstancias la caridad es su guía; dice que el que causa perjuicio a otro con palabras malévolas, que hiere la susceptibilidad de otro por su orgullo y desdén, que no retrocede ante la idea de causar una pena, una contrariedad, aun cuando sea ligera, pudiendo evitarlo, falta al deber de amor al prójimo y no merece la clemencia del Señor.
No tiene odio, ni rencor, ni deseo de venganza; a ejemplo de Jesús, perdona y
olvida las ofensas y sólo se acuerda de los beneficios; porque sabe que él será perdonado, así como él mismo habrá perdonado.

necesita de indulgencia y se acuerda de aquellas palabras de Cristo: "Que el que esté sin pecado arroje la primera piedra".
No se complace en buscar los defectos de otro ni en ponerlos en evidencia. Si la necesidad le obliga, busca siempre el bien que puede atenuar el mal.
Estudia sus propias imperfecciones y trabaja sin cesar para combatirlas. Todos
sus esfuerzos consisten en poder decir al día siguiente, que hay en él alguna cosa mejor que en la víspera.
Nunca procura hacer valer su imaginación ni su talento a expensas de otro; por el contrario, busca todas las ocasiones de hacer resaltar lo que es ventajoso para los demás.
No está envanecido por su fortuna, ni por sus ventajas personales, porque sabe que todo lo que se le ha dado, puede perderlo.
Usa, pero no abusa de los bienes concedidos, porque sabe que es un depósito del cual deberá dar cuenta y que el empleo más perjudicial que pudiese hacer de ellos para sí mismo, es hacerlos servir para satisfacción de sus pasiones.
Si el orden social ha colocado a los hombres bajo su dependencia, les trata con bondad y benevolencia, porque son sus iguales delante de Dios; usa de su autoridad para moralizarles y no para abrumarles por su orgullo, evitando lo que puede hacer más penosa su posición subalterna.
El subordinado, por su parte, comprende los deberes de su posición y procura
cumplirlos religiosamente. (Cap. XVII, nº 9).
El hombre de bien, en fin, respeta en su semejante todos los derechos que dan las leyes de la naturaleza como quisiera que se respetaran en él.
Esta no es la relación de todas las cualidades que distinguen al hombre de bien; pero cualquiera que se esfuerce en poseerlas, está en camino de poseer las demás.

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