
Pero muchos de los que creen en las manifestaciones no comprenden ni sus
consecuencias, ni su objeto moral; o, si los comprenden, no se las aplican a sí mismos. ¿En qué consiste esto? ¿Es un defecto de precisión de la doctrina? No, porque no contiene ni alegorías ni figuras que puedan dar lugar a falsas interpretaciones; su esencia es la misma claridad, y esto es lo que constituye su fuerza, porque se dirige a la inteligencia. Nada tiene de misteriosa, y sus iniciados no están en posesión de ningún secreto oculto para el vulgo.

vulgares, y aun de jóvenes apenas salidos de la adolescencia, comprenden sus matices más delicados con admirable precisión. Esto depende de que la parte de algún modo material de la ciencia, sólo requiere vista para observar, mientras que la parte esencial
requiere cierto grado de sensibilidad que se puede llamar la madurez del sentido moral, madurez independiente de la edad y del grado de instrucción, porque es inherente al desarrollo, en un sentido especial, del Espíritu encarnado.
En algunos, los lazos de la materia son aún muy tenaces para permitir al espíritu desprenderse de las cosas de la tierra; la niebla que los rodea les quita la vista del infinito; por esto no dejan fácilmente ni sus gustos, ni sus costumbres, ni comprenden nada mejor de lo que ellos poseen; la creencia en los espíritus es para ellos un simple hecho, pero modifica muy poco o nada sus tendencias instintivas; en una palabra, sólo ven un rayo de luz
insuficiente para conducirles y darles una aspiración poderosa y capaz de vencer sus inclinaciones. Se fijan en los fenómenos más que en la moral, que les parece venal y monótona; piden sin cesar a los espíritus que les

obligación de reformarse, o reservan sus simpatías para los que participan de sus
debilidades o de sus prevenciones. Sin embargo, la acepción del principio de la doctrina es el primer paso que les hará el segundo más fácil en otra existencia.
El que puede con razón calificarse de verdadero y sincero espiritista, está en un grado superior de adelantamiento moral; el espíritu, que domina más completamente la materia, le da una percepción más clara del porvenir; los principios de la doctrina hacen vibrar en él las fibras que permanecen mudas en los primeros; en una palabra, fue tocado en el corazón; su Fe es también a toda prueba. El primero es como el músico que se conmueve por ciertos acordes, mientras el otro sólo comprende los sonidos. Se reconoce el verdadero espiritista por su transformación moral y por los esfuerzos que hace para dominar sus malas inclinaciones, mientras el uno se complace en un horizonte limitado, el otro, que comprende alguna cosa mejor, se esfuerza en ir más allá y lo consigue siempre cuando para ello tiene una firme voluntad.
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