viernes, 26 de junio de 2015

LOS SUPERIORES Y LOS INFERIORES

Comprender el por qué de la existencia de superiores e inferiores, nuestra responsabilidad ante cada una de esas situaciones, así como las consecuencias resultantes del abuso de autoridad.

9. La autoridad, lo mismo que la fortuna, es una delegación de la que se pedirá cuenta al que está revestido de ella; no creáis que se la haya dado para procurarle el vano placer de mandar, ni como lo creen falsamente la mayor parte de los poderosos de la tierra, como un derecho, una propiedad. Dios, sin embargo, les prueba muy bien que no es ni lo uno ni lo otro, puesto que se la retira cuando le place. Si fuese un privilegio unido a la persona, sería inalienable. Nadie puede, pues, decir que una cosa le pertenece, cuando se le puede quitar sin su consentimiento. Dios la da a título de misión o de prueba, cuando así le conviene, y la retira del mismo modo.


Cualquiera que sea depositario de la autoridad, sea cual fuere su extensión, desde el señor sobre su servidor, hasta el soberano sobre su pueblo, no puede negar que tiene el encargo de almas; él responderá de la buena o mala dirección que habrá dado a sus subordinados, y las faltas que éstos podrán cometer, los vicios a los cuales serán
arrastrados a consecuencia de esta dirección o de los malos ejemplos, recaerán sobre él, mientras que recogerá los frutos de su solicitud para conducirles al bien. Todo hombre tiene en la tierra una posición grande o pequeña; cualquiera que sea, siempre se la ha dado para el bien; es, pues, faltar si la falsea en su principio.

Si Dios pregunta al rico: ¿Qué has hecho de la fortuna que debía ser entre tus manos un manantial que esparciese la fecundidad a tu alrededor?, preguntará también al que posee una autoridad cualquiera: ¿Qué uso has hecho de esa autoridad? ¿Qué males has evitado? ¿Qué progresos has hecho hacer? Si te he dado subordinados, no ha sido para que de ellos hicieras esclavos de tu voluntad, ni instrumentos dóciles de tus caprichos o de tu avaricia; te hice fuerte y te confié a los débiles para sostenerles y ayudarles a subir hacia mí.

El Superior que está penetrado de las palabras de Cristo, no desprecia a ninguno de aquellos que están a sus órdenes, porque sabe que las distinciones sociales no existen delante de Dios. El Espiritismo le enseña que si hoy le obedecen, le han podido mandar o le mandarán más tarde, y entonces será tratado como él haya tratado a los otros.

Si el superior tiene deberes que cumplir, el inferior los tiene también por su parte, que no son menos sagrados. Si este último es espiritista, su conciencia le dirá aún mejor que no está dispensado de ellos, aun cuando su jefe no cumpla los suyos; porque sabe que no debe devolver mal por mal, y que las faltas de los unos no autorizan las de los otros. Si sufre por su posición, dice que seguramente lo ha merecido, porque él mismo ha podido abusar en otro tiempo de su autoridad, y porque debe resistir a la vez los inconvenientes de lo que ha hecho sufrir a los otros. Si se ve forzado a sufrir esta posición por no encontrar otra mejor, el Espiritismo le enseña a resignarse como una prueba de su humildad necesaria a su adelantamiento. Su creencia le guía en su conducta; obra como quisiera que sus subordinados obrasen con él, si fuera el jefe. Por esto mismo es más escrupuloso en el cumplimiento de sus obligaciones, porque comprende que todo descuido en el trabajo que se le ha confiado, es un perjuicio para el que le remunera y a quien debe su tiempo y sus cuidados; en una palabra, está solícito, por el cumplimiento del deber que le da su fe, y la certeza de que toda desviación del camino derecho, es una deuda que será preciso purgar tarde o temprano. (Francisco-Nicolás-Madaleine, cardenal Morlot. París, 1863).

Para Dios no hay superiores e inferiores; las diferencias son las virtudes que poseamos. 

La autoridad nos es delegada para que la utilicemos en beneficio del prójimo.


En cualquier posición que estemos en la vida, hagamos lo mejor, y Dios, que trata a todos con justicia y bondad, nos aumentará todo aquello de que necesitamos. 


miércoles, 24 de junio de 2015

LA VIRTUD

La virtud es el conjunto de todas las cualidades que caracterizan al hombre de bien.

8. La virtud, en su más alto grado, encierra el conjunto de todas las cualidades esenciales que constituyen el hombre de bien. Ser bueno, caritativo, laborioso, sobrio y modesto, son las cualidades del hombre virtuoso. Desgraciadamente estas cualidades están muchas veces acompañadas de pequeñas flaquezas morales que las quitan el brillo y las atenúan. El que hace gala de su virtud, no es virtuoso, puesto que le falta la caridad principal: la modestia, y puesto que tiene el vicio más contrario: el orgullo. La virtud,
verdaderamente digna de este nombre, no pretende adquirir fama; se adivina, pero se oculta en la oscuridad, y huye de la admiración de la multitud. San Vicente de Paul era virtuoso; el digno cura de Ars era virtuoso, y también muchos otros poco conocidos del mundo, pero conocidos de Dios. 

Todos esos hombres de bien ignoraban ellos mismos que fuesen virtuosos; se dejaban llevar por la corriente de sus santas inspiraciones y practicaban el
bien con un desinterés completo y un entero olvido de sí mismos.

A esa virtud, comprendida y practicada de este modo, os convido, hijos míos; a esta virtud verdaderamente cristiana y verdaderamente espiritista, os exhorto a que os consagréis; pero alejad de vuestros corazones el pensamiento del orgullo, de la vanidad y del amor propio que paralizan todas estas hermosas cualidades. No imitéis a ese hombre que se presenta como modelo y él mismo pregona sus propias cualidades a todos los oídos complacientes. Esta virtud de ostentación, oculta, muy a menudo, una
multitud de pequeñas torpezas y odiosas falsedades.

En principio, el hombre que se exalta a sí mismo, que levanta una estatua a su propia virtud, sólo por este hecho aniquila todo el mérito efectivo que puede tener. Pero ¿qué diré de aquel cuyo valor consiste en parecer lo que no es? Yo quiero admitir que el hombre que hace bien, sienta en el fondo de su corazón una satisfacción íntima, pero desde que esta satisfacción se manifiesta, fuera para recoger elogios, degenera en amor propio.


¡Oh, todos vosotros a quienes la fe espiritista ha calentado con sus rayos, y que sabéis cuán lejos está el hombre de la perfección, no caigáis nunca en semejante falta! La virtud es una gracia que yo deseo a todos los sinceros espiritistas, pero les diré: Más vale menos virtud con la modestia, que mucha con el orgullo. Por el orgullo las humanidades sucesivas se perdieron y por la humildad deberán redimirse un día. (Francisco-Nicolás-Madaleine. París, 1863).


La virtud constituye la meta de perfección que, un día, todos alcanzaremos. Hombre virtuoso es el hombre evangelizado.

martes, 9 de junio de 2015

INSTRUCCIONES DE LOS ESPÍRITUS. El deber

En el Estudio del Evangelio de esta semana en el Centro Fraternidad Humana trató de una de las instrucciones que nos dan los Espíritus para nuestro mejoramiento, el Deber.


7. El deber es la obligación moral, primero con respecto a sí mismo, y en seguida con respecto a los otros. El deber es la ley de la vida, se encuentra en los más ínfimos detalles, lo mismo que en los actos elevados. Yo hablo sólo de deber moral, y no del que imponen las profesiones.

En el orden de sentimientos, el deber es muy difícil de cumplir, porque es el antagonismo de las seducciones del interés y del corazón, sus victorias no tienen testigos y sus derrotas no tienen represión. El deber íntimo del hombre está abandonado a su libre albedrío: el aguijón de la conciencia, esta guardiana de la probidad interior, le advierte y le sostiene, pero a menudo permanece impotente ante los sofismas de la pasión. El deber del corazón fielmente observado, eleva al hombre; pero este deber ¿cómo se precisa? ¿En dónde empieza? ¿En dónde se para? El deber empieza, precisamente, en el punto en que amenazáis la felicidad o el reposo de vuestro prójimo y termina en el límite que no quisierais ver traspasar para vosotros.

Dios creó a todos los hombres iguales para el dolor; pequeños o grandes, ignorantes o ilustrados, sufren por las mismas causas, a fin de que cada uno juzgue
sanamente el mal que puede hacer. No existe el mismo criterio para el bien, es infinitamente variado en sus expansiones. La igualdad ante el dolor es una sublime
previsión de Dios, que quiere que sus hijos instruidos  por la experiencia común, no cometan el mal arguyendo la ignorancia de sus efectos.


El deber es el resumen práctico de todas las experiencias morales; es una bravura del alma que desafía las agonías de la lucha; es austero y flexible y pronto a doblarse a las diversas complicaciones, permaneciendo inflexible ante las tentaciones. El hombre que cumple su deber, ama a Dios más que a las criaturas y a las criaturas más que a sí mismo; es, a la vez, juez y esclavo de su propia causa.

El deber es el más hermoso laurel de la razón, y depende de ella como el hijo depende de su madre. El hombre debe amar el deber, no porque preserve de los males de la vida, a los cuales la humanidad no puede sustraerse, sino porque da al alma el vigor necesario para su desarrollo.

El deber crece e irradia bajo una forma más elevada en cada una de las etapas superiores a la Humanidad; la obligación moral no cesa nunca en la criatura de Dios; debe reflejar las virtudes del Eterno, que no acepta un bosquejo imperfecto, porque quiere que la hermosura de su obra resplandezca ante Él. (Lázaro. París, 1863).


lunes, 8 de junio de 2015

PARÁBOLA DE LA SEMILLA - EVANGELIO

Disculpas, vamos con un poco de retraso, este es el Evangelio que se realizó la semana pasada en Fraternidad Humana.


5. En aquel día saliendo Jesús de casa, se sentó a la orilla del mar; y se reunió a su alrededor una gran multitud de personas, por eso se subió a un barco donde se sentó, estando el pueblo en la ribera.

Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo: 

He aquí que salió un sembrador a sembrar, y cuando sembraba, algunas semillas cayeron junto al camino, y vinieron las aves del cielo y las comieron.

Otras cayeron en lugares pedregosos, en donde no tenían mucha tierra; y
nacieron luego porque no tenían tierra profunda. Mas al saliendo el sol, se
quemaron y se secaron, porque no tenían raíz.

Y otras cayeron sobre el espinar; y crecieron las espinas y las ahogaron. 

Y otras cayeron en tierra buena y dio fruto, algunos granos rindieron ciento por uno, otros sesenta, y otros treinta.

El que tenga oídos para oír, oiga. (San Mateo. cap. XIII, v. de 1 a 9).

Vosotros, pues, escuchad la parábola del que siembra.
Cualquiera que oye la palabra del reino, y no le da importancia, viene el malo y arrebata lo que se sembró en su corazón: este es el que recibió la semilla junto al camino.

Mas el que fue sembrado sobre las piedras, este es el que oye la palabra, y por el pronto la recibe con gozo, pero no tiene en sí raíz, antes es de poca duración. Y cuando le sobreviene obstáculos y persecución por la palabra, la toma pronto por objeto de escándalo y de caída.

Y el que fue sembrado entre las espinas, este es el que oye la palabra, pero los cuidados de este siglo y el engaño de las riquezas, ahogan la palabra y la vuelven sin fruto.

Y el que fue sembrando en tierra buena, este es el que oye la palabra, le presta atención y la entiende y da fruto; rindiendo una a ciento, otra a sesenta o otra a treinta. (San Mateo, cap. XIII, v. de 18 a 23).

6. La parábola de la semilla representa perfectamente los cambios que existen en la manera de aprovecharse de las enseñanzas del Evangelio. ¡Cuántas personas hay para las cuales es sólo una letra muerta, que, semejante a la semilla que cavó en las piedras, no produce ningún fruto!

Encuentra una aplicación no menos justa en las diferentes categorías de los
espiritistas. ¿Acaso no es este el emblema de aquellos que sólo se concretan a fenómenos materiales, y no sacan de ellos ninguna consecuencia porque sólo ven un objeto de curiosidad? ¿De aquéllos que sólo buscan la brillantez en las comunicaciones de los espíritus y no las toman con interés sino cuando satisfacen su imaginación, pero que después de haberlas oído están tan fríos e indiferentes como antes? ¿Que encuentran los consejos muy buenos y los admiran, pero los aplican a los demás y no a ellos mismos? ¿De aquellos, en fin, para quienes estas instrucciones son como la semilla que cayó en tierra buena y produce frutos?


El estudio del Evangelio de hoy debe hacernos estudiarnos a nosotros mismo, ser sinceros y analizar donde nos cae sus palabras; saber si las Leyes Divinas están haciendo su fruto en nosotros e intentar corregirlo si no es así. 


Se conoce al árbol por sus frutos